Tea Party
Me encontraba junto a Charles, agazapada a la espera del momento oportuno para atacar. Íbamos vestidos con una vestimenta vasta, similar a la de los indígenas, que me picaba e irritaba la piel, y hacía difícil mantenerse quieta. Todavía no estaba muy segura de qué estaba haciendo, o de porqué lo estaba haciendo, y la emoción que había sentido al principio, iba disminuyendo poco a poco. En un comienzo, esta descabellada idea me había parecido escalofriantemente revolucionaria e innovadora, aunque cada vez me daba cuenta de cuál arduo podía llegar a ser el asunto. Nos encontrábamos ante una cuestión delicada y peligrosa. Íbamos a hacer algo que, hasta ahora, nadie se había atrevido a hacer: enfrentarnos a nuestra metrópolis. Mis compatriotas americanos y yo estábamos hartos de tanta opresión, falta de libertad, derecho y expresión.
A decir
verdad, yo no era americana. Nací en Francia en 1750, en el seno de una familia
humilde. Teníamos una vida modesta, sin lujos, aunque nos alcanzaba para cubrir
nuestras necesidades básicas. Empecé a trabajar como criada para un letrado a
los 12 años, para el cual pasaría trabajando toda mi adolescencia y algunos
años de mi juventud. A los 14 años, obviamente reduciendo mi sueldo, el letrado
me daba algunas clases y que, aunque al principio estas enseñanzas básicas eran
simples, con el tiempo se fueron complicando y me permitieron tener unos buenos
estudios; lo suficientemente buenos como para
poder ejercer de institutriz más adelante.
Yo tenía
un pensamiento ambicioso, y no estaba dispuesta a contentarme con una vida
dócil y sumisa como esperaban los demás de mí. Quería poder ganarme el sustento
con mis propias manos y no tener que depender de nadie; quería creer en un
movimiento que apoyaba la igualdad, el derecho y la razón; yo quería
oportunidades y sabía, que si permanecía en Francia mucho más tiempo, no las
conseguiría y desperdiciaría mi vida y mi causa. Muchas personas, en su mayoría
hombres, se habrían escandalizado al escuchar mis palabras, ya que nos
encontrábamos en un país autoritario y absoluto, donde la mayor autoridad era
el rey y las oportunidades dependían de tu lugar de nacimiento. Es por eso que
yo quería viajar a América, según tenía entendido un país de oportunidades y
donde el pensamiento ilustrado estaba ganando cada vez mayor poder.
Por
consiguiente, tras haber acabado mi instrucción y haber ahorrado todo el dinero
necesario para mi travesía, viajé a Inglaterra ya que era la única forma segura
de acceder a Massachusetts debido a la restricción comercial que había entre
las colonias y otras potencias que no fueran su metrópoli. El viaje de Francia
a Inglaterra me salió un poco más caro de lo previsto, por lo que decidí
trabajar un tiempo como institutriz y aumentar así mi reducida fortuna para
poder tener un buen comienzo en América.
Durante el
trayecto a América conocí a los extravagantes y divertidos hermanos Green.
Nuestra amistad floreció de forma inesperada y algo dramática algo chocar yo
contra Charles, el hermano mayor de los Green, y empezar así una apasionada
discusión sobre el culpable del incidente. Poco después conocí a Elizabeth, una
agradable y risueña muchacha de pensamientos soñadores. Cual grande fue mi
sorpresa al descubrir que la encantadora Elizabeth y el maleducado Charles compartían
parentesco y eran hermanos. He de reconocer que
no era difícil deducir esto, dado su parecido; ambos
eran rubios, de ojos verdes, tez pálida y esbelta figura. Viajaban a América
para hacer fortuna ya que no había nada que les atara a Inglaterra porque sus
padres habían muerto unos años antes.
Pasé mi
trayecto a América disfrutando de la compañía de Elizabeth, y he de reconocer
que de Charles también, y nuestra amistad llegó a afianzarse de tal modo que
decidimos abrir juntos un negocio de té al llegar al continente.
Medio año
después me hallaba participando en un motín contra un cargamento de té, debido
a los injustos impuestos que la corona británica exigía a los colonos, la
prohibición de comercio entre colonias o la falta de un representante en el
parlamento.
Cuando
llegó el momento indicado, salí de mi escondite y subí a uno de los barcos en los
que la corona británica transportaba una gran cantidad de mercancía. Junto con
mis compañeros tiré al mar todo el té que puede encontrar y después huí a las
serpenteantes calles de Boston; a mi preciosa tienda de té junto con Charles,
donde Elizabeth nos aguardaba.
Consideraba justo este motín ya que era una manifestación y una protesta
contra la inmoralidad británica, que más adelante se convertiría, además de en un
movimiento independentista, en un movimiento liberalista. Poco después estalló una
guerra que tardaría siete años en finalizar. Las colonias americanas salieron
victoriosas de estas luchas gracias a la ayuda
de grandes potencias como España o Francia. Se nombró un presidente y en 1787
se aprobó la constitución que establecía la igualdad entre ciudadanos y
proclamaba la república.
Tras la
vuelta de Charles de la guerra, decidimos casarnos y continuar con nuestro
pequeño negocio de té junto con Elizabeth, quién parecida realmente interesada
en un soldado que Charles había conocido en la guerra y con quien había
fraguado amistad. Más tarde se casaría con él y tendrían vario retoños
adorables, aunque, claro está, eso es otra historia.
Antes de
que se me olvide debo revelaros una cosa, me llamo Melanie Bessette y esta es
mi historia.
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