viernes, 24 de enero de 2014

La última palabra.


           
                 Capítulo 1: Imaginaciones
                                                                                              
Nos situamos sobre el año 2013, hace quince años. Yo,  tenía 14 años. Me acuerdo que era una lluviosa tarde de otoño. Era viernes, y serían las 8:00 de la tarde; yo iba con mi madre y mi hermano pequeño a hacer la compra en el coche de mi madre, después de un muy duro, día escolar, seguido de un largo y cansado entrenamiento de baloncesto.  Me acuerdo de que estábamos hablando de “que tal había ido el día”. Yo estaba diciendo que al día siguiente tendría un partido de baloncesto.
Al pararnos en un semáforo en rojo, divisé entre la lluvia una persona. Dicha persona estaba caminando entre los coches, pidiendo dinero. -Un mendigo-, pensé. Iba vestido con ropa sucia y rota, con un gorro en la cabeza y un cartel colgándole del cuello en el que ponía  “Ayuda, soy viudo y tengo 5 hijos a los que alimentar no tengo trabajo ni ninguna fuente de dinero”.
Al terminar de leer aquel cartel, vi como una fuerte luz calló desde el cielo, cubriendo de blanco hasta donde alcanzaba la vista y cegándome por completo. Al recuperar la visión, volví a mirar por la ventana,  y, en es momento, me fije que no solo había un mendigo, ¡si no que había dos!, exactamente iguales misma ropa, misma expresión…todo era muy extraño, pero eso no era lo más raro que iba ver, puesto que uno de los dos “gemelos”, curiosamente más blanquecino que el otro, como un relámpago, atravesó al otro sin que pareciese que el se diese cuenta. Al verlo, sorprendido, le pregunte ha mi madre. -¿Has visto eso?- Mi madre, (una señora alta de piel morena, con pelo castaño y gafas cuadradas, con mucho genio cuando quiere), extrañada me preguntó. - ¿Ver el qué?- a lo que la contesté. -¡Pues el destello y a los mendigos atravesándose!-mi madre aún más extrañada me contestó. -¿Qué destello, que “mendigos”, si solo hay uno?- al fijarme vi que uno de los mendigos, el más blanquecino había desaparecido por completo. Sin embargo había algo diferente en el mendigo que aún estaba, algo que no encajaba…de repente me fije ¡al mendigo le faltaba la sombra! Esta vez decidí no decírselo a mi madre, por lo que pudiese decir, a si que le dije. -Habrá sido una imaginación...- Mi hermano (un chico fuerte, pero delgado, de piel blanca ojos marrones y pelo rubio, liso y suave como la seda) con tono de burla me dijo.- ¡Qué si pesado, que ya sabemos que estás loco!- Mi madre enfadada, le dijo a mi hermano.- ¡Fernando!, no le digas eso a Mark, ¡discúlpate ahora mismo!- mi hermano entre dientes me dijo. -Perdón Mark- yo amablemente le contesté. -No pasa nada Fer-.
     Durante el resto del día tuve una sensación muy extraña y como estuve sospechando desde lo del mendigo, esa noche, no dormí nada bien.
             






                 



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